Eran las 6 de la madrugada cuando, aún sin salir el sol y sin haber dormido mucho la primera noche (quizás por los nervios de lo que teníamos por delante), nos pusimos en pie para preparar nuestra mochila, recoger nuestras pertenencias y prepararnos para afrontar la primera etapa de nuestra peregrinación hacia Santiago.
Tras la oración del día y de habernos concienciado del trabajo espiritual de la etapa, nos pusimos en marcha mientras amanecía y los rayos del sol iban disipando esa gélida brisa mañanera, calentando poco a poco el ambiente, pues nuestros corazones estaban bastante más calientes de lo normal, por la emoción del momento al empezar dejando nuestras primeras huellas en el camino. Y es que es cuanto menos sorprendente (llamémoslo así) encontrarte con gran cantidad de peregrinos que, sin ser apenas las siete de la mañana, encaminan con alegría, una sonrisa, e ilusión un nuevo día hacia Santiago persiguiendo su meta y siguiendo su historia. «Buen camino», nos deseamos entre todos cuando nos cruzamos, saludándonos como hermanos, como si estuviéramos unidos, siendo completamente desconocidos. Demasiada felicidad para ser tan temprano y eso es quizá algo de las cosas más mágicas que tiene el camino, que hayamos podido descubrir de momento: poder interactuar con otros peregrinos; y es que nosotros ya nos hemos convertido en parte de eso. Un cóctel de sensaciones los primeros kilómetros. Tras quitarnos la presión de las primeras andadas pasamos por la hora de reflexión, una hora de completo silencio en la que analizamos una serie de preguntas para conocernos mejor a nosotros mismos escuchándonos por dentro que, mezclado con los preciosos parajes que atravesamos, es algo de lo más enriquecedor.
Tras un pequeño avituallamiento continuamos nuestro camino llegando tras 5 horas y 24,5 kilómetros a Portomarín.
Nos alojamos en nuestro albergue y tras reponer fuerzas con una merecida comida, nos tomamos un deseado descanso, la siesta no nos la quita nadie.
Sobre las cinco y media es momento de realizar alguna actividad y mientras unos van a la piscina municipal otros van a conocer el pequeño pueblo gallego situado junto al Miño.
Volviéndonos a reunir para ir a celebrar la eucaristía en la iglesia del pueblo, presidida por Florentino, que fue, por ser francos, de las más emotivas que he vivido; y por las lágrimas que a mi lado veía caer, parece que no lo fue sólo para mí. La peregrinación y el pedir en la oración por aquellas motivaciones por las que nos hemos puesto a caminar, hacen que todo tenga más emotividad.
Tras la celebración llegó la hora de cenar, algo que preparamos entre todos y con mucha alegría al son de la guitarra de Antonio y los cánticos de todos los peregrinos del albergue. La convivencia y el buen ambiente que reina no puede ser mejor hasta ahora, y pienso que eso es lo más importante no sólo en el camino si no en la vida, ya que el camino representa en sí la travesía de la vida hasta conseguir las metas personales de cada uno.
En resumen, las primeras sensaciones y emociones han sido maravillosas; pero para mí -y estoy seguro que para el resto de mis compañeros también- es que lo mejor está por llegar. Esto sólo acaba de empezar. Aún nos queda mucho camino por recorrer y juntos será algo inolvidable.