Después de una corta pero merecida noche de descanso, un nuevo día comienza en el camino y tras un buen desayuno nos ponemos en marcha en el punto de los 100km (hasta Santiago) dispuestos a hacer frente a esos 40 km.
El cielo se va azulando y con él la temperatura empieza a subir. Nos ponemos en marcha entre múltiples conversaciones para hacer las subidas y el paseo más ameno.
Las horas van pasando, pero el ánimo no disminuye, aunque el cansancio va haciendo sus primeras apariciones, junto a las primeras lesiones del día. Continuamos el camino entre chistes, músicas e incluso algún que otro baile, para dejar a un lado los dolores y elevar el ánimo grupal.
Tras varias y largas horas de caminar con sus idas, venidas y dificultades surgidas, en las que ya llegaba un momento en el que caminábamos por inercia, sin sentir ni padecer, con sensación de que te pesaba todo, y con el unico deseo de encontrar lugar para descansar; liderados por Antonio y su paciencia (además de contactos) y demostrando que todo esfuerzo tiene su recompensa, llegamos al pueblo donde degustamos una estupenda y agradable comida entre risas, recuperando las fuerzas perdidas para afrontar la última etapa hasta la meta del día.
Tras la comida y unos minutos de descanso nos disponíamos a partir de nuevo, cuando comenzó a llover, por lo que nos quedamos de sobremesa dentro del restaurante con tan maravillosa suerte de que la dueña de este al poco rato se ofreció a llevarnos en coche hasta nuestra deseada meta: el albuergue de Sobrado dos Monxes.
Llegamos, nos duchamos y reparamos lo posible y fuimos a preparar la cena, hecha por los del supermercado (Lasaña) para todo el grupo.
Hoy sustituimos la misa por una oración con los monjes y una visita por el monasterio, tras la que, inconscientemente, nos quedamos encerrados un rato.
Al conseguir salir nos fuimos a cenar y tras poner este intenso día en común y en manos de Dios y la Virgen, nos fuimos a descansar para recuerpar todo el cansancio adquirido.